Saludos, estimados seguidores de Hanami Dango. En esta ocasión os traemos una crítica de una serie exclusiva de Netflix que recién estrenó nuevos episodios en agosto y que al fin se permitió llevar a sus personajes un poco más lejos: Aggretsuko 3.
Tras una olvidable e insípida segunda parte, Aggretsuko logró hacer una tercera temporada bastante mejorada y satisfactoria, dejando atrás el esquema repetitivo de sus inicios y centrándose más en la evolución y crecimiento de sus personajes. Indiscutiblemente lo mejor que ha hecho hasta ahora.
Un detalle que llamó la atención en las primeras dos temporadas de esta simpática serie fue que las subtramas dejaban mucho que desear. Personajes secundarios como Haida o la jefa Gori pasaban muy rápido a un segundo plano; fungieron siempre como espectadores pasivos, incautos e impávidos en situaciones que se desarrollaban frente a sus narices.
Esto resultaba hasta cierto punto frustrante, pues lo acostumbrado era que la acción gravitara (sin desviación alguna) en torno a su protagonista, no permitiendo que el resto de los personajes brillasen por su propia cuenta. Era uno de esos casos en los que quizás la narrativa se enfocaba demasiado en la protagonista, poniéndola en un primer plano que bloqueaba la vista hacia la realidad interna de la obra.
Por ello fue tan especial la tercera temporada, ya que se permitió hacer cambios que venían como un respiro. Hizo aparte el chiste del death metal en el karaoke y desde el primer episodio establece una situación límite que irá escalando hasta minar por completo el bienestar mental de la infausta panda rojo.

Polifonía
El alma de la obra es siempre y será burlarse del aspecto más agonizantemente patético de la sociedad moderna japonesa, concretamente en su cultura del trabajo. Por unos instantes Rarecho, el creador, aparta la cámara de las oficinas e intercambia esa puesta en escena por las salas de conciertos de idols.
Los rostros pertenecen a los habitantes antropomorfos en el mismo Japón, solo que en vez de estar mohínos por las enajenantes horas de trabajo, están más bien febriles ante el estímulo sonoro y visual que es el espectáculo.

Se bromea de todos los fans que conforman a su audiencia: hombres sedientos por la compañía efímera de jovencitas quienes cobran ostentosas cantidades de dinero por darles la mano.
Las idol, por otra parte, no son más que muchachitas anónimas quienes de día llevan una vida corriente, como es el caso de Manaka, quien es líder del trio de idols OTM girls y al mismo tiempo es dependienta en una tienda de comestibles. Todos ellos, el mánager incluido, son personas de clase media aspirando al sueño de convertirse en gente relevante.
Retsuko, por su naturaleza cándida, no tarda en ser atrapada entre esas ínfulas de grandeza y es absorbida por sueños reprimidos. Al ver ella un primer atisbo de que su trabajo y su canto son trascendentes, se compromete en una manera incondicional en su nuevo rol como idol, llevando todo hasta las últimas consecuencias…
De manera coetánea se desarrolla en las oficinas otra historia. Haida, el eterno pretendiente de Retsuko, inicia una platónica relación con una perrita del departamento de administración. Todo parece marchar a la perfección y las personas que rodean a Haida lo alientan a que lleve su incipiente relación hasta el siguiente nivel… sin embargo, muestra renuencia: muy en el fondo sabe que eso no es lo que busca.

La premisa de estos episodios se centra en la idea del autoengaño. El alcanzar propósitos sin de verdad lograrlos: mientras Retsuko se embebece en la idea de ser una idol que dejará al fin su trabajo, Haida se niega rotundamente a conformarse con un amor que llegó de casualidad. Una dualidad axiológica que da cohesión a ambas líneas narrativas.
El momento más placentero llega cuando estas historias inevitablemente colisionan para llegar a un clímax poco esperado, pero bien recibido, pues al fin vemos a los personajes hacer una catarsis que llevaban posponiendo por sus inseguridades.
En el apartado técnico no vemos mayor innovación. La animación flash mantiene la misma calidad que en su primera temporada, aunque su realización no se vio limitada, pues hallamos planos que al más puro estilo de Kuleshov, expresan mucho en el montaje cuando dan el efecto de Point of view. Sus nuevos diseños de personajes siguen imprimiendo el sello de Sanrio, pero al menos encajan bien con demás apartado de arte y sus expresiones siempre están al servicio de la historia.
En definitiva, fue una placentera experiencia corta que aprovechó bien todo lo que había trabajado hasta el momento.
Y eso fue todo por ahora; si no la han visto les recomendamos bastante verla. Es una de esas series que al estilo de Great Teacher Onizuka se aprecian más cuanto más viejo eres… ah, y solo dura diez minutos por episodio, por lo que el tiempo se va volando. Por cierto, ¡no olvidéis que tenemos una newsletter, para que no os perdáis nada de lo que publiquemos! Recordad que podéis leer sobre más anime y manga en nuestra página web. ¡Nos vemos, seguidores de Hanami Dango!
[…] Aggretsuko – La catarsis más esperada […]