¡Intensos y calurosos saludos, fieles dangos! Hoy nos queremos reunir para hablar de una obra igual de fuerte y sólida que el verano en el que nos encontramos, Okinawa, una de las novedades recientes de Norma Editorial.

Título: Okinawa.
Autor: Susumu Higa.
Editorial: Norma Editorial.
Género: Bélico, drama.
Volúmenes: Único.
Páginas: 504 páginas en B/N.
Precio: 24,95€.
Argumento
La historia nos retrata los últimos momentos de la segunda guerra mundial. Más concretamente, durante la primavera – verano de 1945, cuando Japón está próxima a ser derrotada. Como protagonista tenemos las islas de Okinawa, aunque en todo momento se nos enfatiza que los acontecimientos ocurren en lo que muchos personajes denominan la isla pequeña.
Son historias cortas, con distintos protagonistas, aunque el conflicto siempre es el punto de vista de la gente local y el del ejército, ya sea en la figura de un teniente, un capitán o un soldado.

Constantemente se nos hace hincapié en la visión imperialista y nacionalista que tiene el ejército imperial, hasta en sus últimos momentos, cuando ya prácticamente se antojaba absurdo seguir resistiendo; y el del pueblo, que en todo momento es antibelicista y solo quiere seguir con su remota y rural existencia en paz.
Estructura
La obra se compone de distintas historias cortas que transcurren todas durante el mismo período. Siempre está el elemento de yuxtaponer a una persona «corriente», es decir, a una madre, a un maestro, a un campesino… con alguien del ejército imperial, ya sea un capitán, un soldado, un teniente, más viejo, más joven…
Aquí la idea fundamental ante todo es contar los dos puntos de la historia que componen la visión del bando japonés, el del pueblo y el del ejército. Aunque desde luego resulta aún más interesante y complejo que, a medida que se despliega la obra, aparezca el punto de vista americano para volver todo aún más confuso y complejo.
El tomo único se articula en dos libros. El primero es La espada de la arena en donde se abarcan diversas historias sobre distintos personajes y enfocadas ante todo en el punto de vista del conflicto desde distintos ángulos: rural, civil, militar, bélico, pacifista, etc. Este arco se cierra con una última historia corta que ya se situaría en torno a los años 90.
Sirve tanto de cierre conceptual como cronológico, pues es la única de ese libro que no es coetánea a las distintas batallas que hubo durante la campaña de Okinawa en la primavera – verano de 1945.

El segundo libro se titula Mabui y hace hincapié en un concepto mucho más místico y primitivo, más interior. Traducido al castellano vendría a significar y representar algo similar al alma o a la energía, entendiéndola, por supuesto, en un plano espiritual y cósmico. Es lo que da sentido a la existencia en todas sus formas.
Es magistral como el autor enlaza ambos libros cerrando el primero con un personaje, la yuta, que aparece justo en el último capítulo de La espada de arena y es este mismo el que arranca Mabui, el segundo. Más aún si nos detenemos a valorar que el autor puede jugar con la figura de este personaje como elemento unificador, conductor y cohesionador tanto dentro de la historia como metafóricamente dentro del concepto de la obra.
El segundo libro a nivel cronológico se sitúa en los años de posguerra y ocupación estadounidense, destacando el papel del encuentro e interacción mutuos entre base militar de Estados Unidos y el mundo rural japonés tan presente en un territorio tan remoto como Okinawa.
Para lograr ese contraste vemos el uso del inglés en los bocadillos de las viñetas y la distinción de la religión original de las islas de Okinawa, el Ryukyu/Nirai Kanai/Utaki Shinto a través de la figura ya mencionada de la chamana yuta, la cual sirve de elemento conector de todos los capítulos de este libro.
Aspectos técnicos
Con una edición muy bonita a la par que bien cuidada, no es un tomo especialmente pesado de sostener mientras se lee, aunque al final el tamaño, que suponen 500 páginas, hace que sea más ideal leerlo apoyándolo en la mesa que aguantándolo en las manos.
La claridad y el grosor del papel proporcionan más que una lectura correcta y agradable. También se agradece el hecho de que se haya decidido juntar dos mangas independientes en una misma edición dado que temáticamente son absolutamente complementarios e interdependientes.
Referencias, contexto y didáctica
Okinawa destaca por muchísimas cosas, pero si hacemos además el ejercicio de detenernos a mirar y beber todas las inspiraciones que contiene la obra, se convierte en un acto de ceremonia del té absolutamente exquisito y sublime. Es un testimonio de primera mano, y se nota en toda su forma y presencia.
Arrancando por el apartado geográfico, Okinawa haciendo honor al lugar homónimo a través del título de la obra es un fiel recorrido por todo el mapa de la isla. Empezando por Kadena, un pueblo que en la actualidad apenas goza de 15000 habitantes pero que, como bien ilustra el manga, aloja la base aérea militar más grande y operacional del este asiático.

Desafortunadamente, en la actualidad, como se aprecia en el manga, el cual ya tiene hoy en día 30 años de antigüedad; el pueblo de Kadena es sumamente dependiente en lo económico de la base y los aviones sobrevuelan a ras de carretera como ilustran las viñetas del manga, las cuales se antojan idénticas fotografías de la realidad de la isla.
Naha aparece también mencionada, la cual hoy en día es la capital de la prefectura y donde se encuentra el castillo Shuri, destruido casi completamente por el ejército estadounidense en la batalla de Okinawa de 1945 pero afortunadamente conservado hoy en día y patrimonio de la humanidad por la UNESCO. También es Tesoro Nacional de Japón.
Naha a nivel histórico es prácticamente el equivalente a Kamakura y Kyoto en la isla principal de Honshu, es la capital hoy en día, al igual que lo sigue siendo a nivel histórico y espiritual por haber albergado al reino Ryukyu durante siglos. Además de haber sido el núcleo comercial del reino en su momento.
Numerosos personajes mencionan el pueblo de Shuri a lo largo de la obra. A pesar de que durante los años del conflicto era un pueblo independiente, hoy en día forma parte de Naha, el lugar que mencionábamos previamente. Shuri fue la capital durante la existencia del reino Ryukyu y es donde se encuentra el castillo que ya hemos mencionado antes con el mismo nombre.
Shimajiri, es otra de las zonas remotas que se mencionan y que se encuentra al sudeste de la isla, hoy en día llamada además «el culo de la isla». Yaka, otro de los pueblos, es actualmente un distrito de la ciudad de Kin, situada en la parte central de la isla. Kin es sumamente interesante por ser el hogar de una de las marcas más conocidas actualmente del awamori, que se explicará a continuación; sobre todo, en su segunda parte, la Mabui, por ser una parte fundamental del folclore de Okinawa.

El awamori es una bebida única de Okinawa que al contrario que el sake, se saca por destilación y como se nos menciona, se emplea durante las ugan. Los ugan son las plegarias que se realizan durante la obra, también son el propio lugar sagrado en el dialecto de Shuri (sí, el habla de Okinawa tiene diversos dialectos, siendo dos principalmente, el del norte, y el de Shuri, el del sur).
Sakishima y Yonaguni son dos pequeñas islas remotas sumamente al sudoeste de la isla principal de Okinawa, quedando prácticamente encajadas entre esta y Taiwán en el vasto océano. Como la obra menciona, Sakishima sufrió la invasión del clan Shimazu durante el siglo XVII. Yonaguni como curiosidad aloja una piedra que la conmemora como el punto más al oeste del territorio japonés y donde este termina.
Irisuna y Tonaki también son dos de estas pequeñas islas. La primera actualmente se encuentra deshabitada y sirve como campo de tiro para el ejército estadounidense. Tonaki en la actualidad es una isla que no llega ni a los 500 habitantes y que se dedica principalmente a la pesca y a la agricultura, igual que durante el tiempo en el que transcurre el manga.
Si bien no son un retrato sumamente profundo y complejo, desde luego, sí nos sirven sus menciones para admirar Okinawa con más amplitud y conocer a muchas de las demás islas que conforman el conjunto de la prefectura y que pasan más desapercibidas por ser lugares remotos y rurales como bien nos ilustra la propia obra homónima Okinawa.
Entrando en aspectos más «abstractos», no deja de ser interesante el despliegue cultural que se nos hace del folclore de la cultura de Okinawa, sobre todo, en la segunda parte. Okinawa es pero no es Japón en el concepto general que suele haber en la mente de la gente común y esta obra nos lo recuerda agradablemente.

Los utaki, lugares sagrados de la isla que normalmente se orientan al este por los mitos fundacionales y está relacionado con el sistema de sacerdotisas noro que también menciona la obra. Las noro existen desde el siglo XII y forman parte de los kamichu, gente sagrada, al igual que las yuta. Estas últimas, sin embargo, funcionan más como chamanas, tienen un trato más personal y se dedican también a cuestiones más mundanas y menos «dogmáticas».
Para rematar esta breve pero intensa disquisición, nos detenemos finalmente en los zushigame, el culmen de la cerámica de Okinawa. Son urnas funerarias ricamente decoradas y donde se suele colocar a los propios difuntos, algo insólito, dado que recordemos que en Japón lo normal es cremar a los muertos, al contrario que en Okinawa.
Impresiones y reflexiones personales
Entre las muchas ideas curiosas que deja este denso pero nada pesado tomo, podríamos entrar a comentar varios puntos. Primero, como bien se ha hablado a nivel histórico en más de una ocasión, si bien la población de a pie puede apoyar un conflicto armado porque vaya en consonancia con sus ideas políticas… al final, la realidad del ejército y la realidad del pueblo son totalmente distintas aunque ambos se encuentren en un frente de guerra.
Como bien nos ilustra la obra, la gente común puede estar dispuesta a ayudar a los distintos miembros del ejército, pues también son personas, padres, hijos, nietos, abuelos y el elemento humano es algo que nunca deberíamos perder de vista. Pero también son conscientes de que son engranajes que sirve a una maquinaria mayor con sus propios intereses.
El ejército quiere alimentarse, quiere conquistar, quiere ganar la guerra, y en muchas ocasiones, para suplir sus necesidades básicas, se vuelve déspota, cruel, incluso inhumano, como en ciertas viñetas que se nos muestran a lo largo de la sucesión de historias.

Es una situación crítica y hay quién podría decir que el fin justifica el medio por tratarse de un contexto anómalo. Pero, precisamente, en el mayor de los desastre, necesitamos recordar que debajo de cada pecho, aunque pueda parecer un páramo, sigue latiendo un corazón. Asustado, agresivo, malvado, pero un corazón.
Aunque uno de los temas más interesantes que toca el manga es precisamente uno de los mayores desafíos a nivel político e histórico cuando se termina un conflicto: la transición, la reparación, la reconstrucción y sanación de todos los elementos e individuos implicados. Ser capaces de crear confianza y un lugar seguro donde solo ha quedado muerte, destrucción, agresividad y miedo.
Es interesante en este caso destacar el personaje de Komesu, pues el instigador de que las personas se atrevan a salir de su cueva en todos los sentidos posibles de la frase y de que sigan adelante por muy irreparables que se antojen las circunstancias. La catarsis y la superación siempre dependen de que los dos elementos de la interacción estén dispuestos a realizarse.
Otro aspecto sumamente interesante es el descubrimiento que se hace de la biblioteca del palacio de Shuri, un tesoro actualmente patrimonio de la Humanidad y del que afortunadamente se realizaron copias de incalculable valor para poder preservar el conocimiento histórico allí almacenado durante siglos.
Como se observa en la obra, había algunos documentos que ya se conocían en 1945 como Rekidai Hoan (documento de comercio exterior), Omoroshi (antología poética antigua), Kyukyo y Chuzan Seikan (reflexiones sobre el gobierno real), Gokyojo (reglas de enseñanza), Chuzan Hyoteiruko (crónica de valoraciones de Chuzan). O el Keicho no Eki (la campaña Keicho).
Es aquí donde se enfatiza la labor del profesor y su ardiente deseo de conservar los documentos históricos es quizá de los favoritos de la servidora tras estas líneas. Ya que hasta en tiempos de guerra deberíamos hacer por preservar la Historia. Los conflictos bélicos siempre terminan pero la humanidad y el conocimiento jamás.
Son innumerables e incalculables las pérdidas que hemos sufrido a nivel histórico cada vez que se ha producido el choque de un conflicto en la Humanidad. Miles de monumentos, documentos, y testimonios orales vivos perdidos y absolutamente irrecuperables. Tal vez deberíamos realizar el ejercicio de reflexión de qué vale más la pena conservar, si el corazón, la sabiduría y el progreso o simplemente la codicia, la crueldad y pisar al prójimo con la primera excusa que atraviese nuestra mente.

También resulta particularmente delicioso el capítulo del maestro ceramista y cómo aparece un concepto muy estudiado en la rama de la antropología: el alma. En numerosos pueblos, como ilustra este capítulo al mencionar el mabui (alma), existe la creencia de que esta se nos puede escapar del cuerpo ante acontecimientos traumáticos o turbulentos y que hay que reconducirla al cuerpo por medio de un curandero o chamán.
En este caso, aparece representado mediante la yuta, que funciona tal y como hemos explicado anteriormente. Además, en numerosos pueblos indígenas existe la creencia de que la tierra mantiene las “propiedades” y el “aura” de los que han vivido y muerto en ella, aparte del “alma” de los acontecimientos que allí han tenido lugar.
Un debate muy de actualidad y que es uno de los muchos que recoge esta obra es el tema del éxodo rural. Okinawa, al ser una isla apartada, tanto a nivel geográfico, como histórico respecto a Honshu, Kyushu o Shikoku, tiene una cultura propia muy destacada y mucha ausencia de gente joven.
Es un tema que toca muy de cerca se sea de la zona de la que se sea. El campo se vacía porque nadie quiere una tarea ardua, manual y artesana. Aunque hay una satisfacción profunda en manejar algo tangible y dignificarse a través del trabajo. No trabajo en un sentido de cobrar por un sueldo, sino en sentir que se hace una tarea creativa y humana.
El campo es esfuerzo, sudor, lágrima y sangre pero uno ve de primera mano cómo siembra un tiempo y una energía, saborea un proceso y cosecha un fruto. Es vida lo que se trabaja y se crea y también es aquello lo que se recoge. Tiene un componente humanizador y un alma que hoy están perdidos, ausentes y asesinados en un mundo tan cruel y capitalista y utilitarista que siempre precisa de un fin y un interés.
Mientras tanto, la ocupación militar tiene la función de garantizar un control, y en muchos casos un adoctrinamiento correcto y firme del territorio y población ocupados. Es prácticamente una tutela forzada que suele provocar convivencias muy difíciles entre ambas culturas, pues siempre hay una supremacía de la cultura vencedora.
En este caso más aún dado que en un entorno rural, mucho sustento económico proviene de las bases al ser una fuente de ingresos «más sencilla» que labrar el campo. Pero como suelen opinar muchas culturas indígenas en la actualidad, esto suele provocar una perversión y corrupción de la tierra y el alma de las personas. Lo que provoca una alteración de la energía del lugar.

Conclusiones finales
Okinawa es una obra profunda, histórica, sencilla pero bellamente dibujada, donde en numerosas ocasiones destacan viñetas «vacías» cargadas con todo el peso de la naturaleza, el espíritu y la reflexión que porta esta obra. Es ante todo, un alegato antibelicista, rural, hogareño y salvaje.
Nos recuerda que en tiempos utilitaristas y vacíos, lo único que nos vamos a llevar a la otra orilla es nuestra alma y nuestro hogar. Dónde, cómo y cuándo elegimos estar, dónde, cómo y cuándo elegimos ser, y lo que forma parte de nosotros. Todo aquello que sea material es meramente un gozo temporal. Se precisa de herramientas en nuestra vida, pero ello no significa que estas tengan que ser desechables.
Okinawa nos recuerda que las guerras nos azotan, pero que, afortunadamente, los conflictos se acaban y en ocasiones, la vida en sus matices pero no en su conjunto. La vida muere en pequeñas gotas en el vasto mar de la existencia, pero solo para transformarse y mutar en su energía. Así deberíamos ser nosotros también.
No podemos sino no parar de recomendar esta obra a todo aquel que esté dispuesto a mirar todo con el bello espejo de la verdad. Esperamos de corazón que os animéis a leerla y nos dejéis vuestras opiniones tanto en comentarios como a través de nuestras distintas redes sociales. ¿Os vais a perder la oportunidad de estar en Okinawa? Abrazo grande y, ¡Nos vemos muy pronto! ¡Feliz verano!